Autor: Arturo

  • Temporada 6. Diagnósticos de pasillo. Episodio 1

    “Mi hijo no es maleducado: tiene algo…

    lo que sea, pero algo tiene”

    La patología como coartada. El informe como inmunidad diplomática.

    Y la educación… para otro día.

    Un niño interrumpe la clase diez veces.

    Contesta con chulería.

    No entrega deberes.

    Insulta al compañero.

    Escupe en el pasillo.

    Antes:

    —“Habrá que hablar con los padres.”

    Ahora:

    —“Tiene algo. Está en proceso de diagnóstico. Por favor, comprensión.”

    Informe en mano, autoridad anulada.

    El papel dice “dificultad atencional”, pero se interpreta como “barra libre de comportamiento”.

    El informe recomienda adaptaciones, pero se exige impunidad.

    Y el maestro que intenta poner un límite, es acusado de “no tener empatía”.

    Como si el diagnóstico eximiera de enseñar a convivir.

    Como si la etiqueta invalidara el límite.

    Como si una dificultad justificara no educar en casa.

    Padres clínicamente cómodos.

    Hay padres que respiran cuando alguien les pone un acrónimo encima de la mesa.

    TDAH

    TEL

    TEA

    TANV

    TND

    TCP/IP

    O cualquier combinación de letras que suene a algo más técnico que «no le estás enseñando modales».

    Porque si el problema es médico o neurológico, entonces no es culpa suya.

    Y pueden dormir tranquilos.

    Aunque el niño grite, pegue o se niegue a respetar normas mínimas de convivencia.

    No todo niño maleducado tiene un trastorno.

    Pero todo trastorno mal gestionado puede acabar en una educación fallida.

    El diagnóstico no exime de educar.

    Lo exige.

    Con más precisión, más conciencia y más agallas.

  • Temporada 5. Manuales de supervivencia. Episodio 5

    “Cordialidad obligatoria: cómo fingir que te caen bien…”

    Porque no hace falta quererse.

    Hace falta comportarse.

    Hay padres que no soportan a los profesores.

    Y hay profesores que no tragan a ciertos padres.

    Sorpresa: no es necesario que se gusten.

    Pero sí es necesario que se respeten.

    Y que no arrastren al niño a sus rencillas mal gestionadas.

    ¿No te cae bien la tutora de tu hijo?

    No hace falta que la invites a tu boda.

    Solo hace falta que no la sabotees delante de tu criatura.

    Tu hijo no necesita saber que a ti no te gusta.

    Necesita saber que tú entiendes lo que es una figura de autoridad.

    ¿No aguantas a ese padre que siempre llega con tono chulesco?

    No lo pongas en ridículo delante de su hijo.

    No lo imites en la sala de profesores.

    No respondas con la misma falta de tacto.

    El que queda retratado no es él.

    Eres tú.

    ¿La relación está tensa? ¿Ha habido roces?

    Perfecto.

    Eso se llama “vida adulta”.

    Gestionar tensiones sin convertirlas en guerras.

    Eso es lo que sí educa.

    Padres y profesores no necesitan llevarse bien.

    Necesitan ser civilizados.

    Porque si los adultos se comportan como adolescentes, el niño crece pensando que madurar es opcional.

  • Temporada 5. Manuales de supervivencia. Episodio 4

    “Cómo NO hablar del profesor en casa:

    sabotaje fino, pero letal”

    Porque basta una frase mal colocada en la cena… para cargarte diez meses de trabajo docente

    Educar requiere coherencia.

    Y coherencia es que lo que dices en casa no sabotee lo que se intenta enseñar en el colegio.

    Pero no. En muchas mesas se sirve el menú diario de la desautorización gourmet.

    Primer plato: la ironía venenosa

    “Uy, qué carácter tiene tu profe, ¿no?”

    Traducción del niño: “Mi padre piensa que la profe es una borde. Puedo ignorarla con total tranquilidad.”

    Ironía camuflada de interés. Veneno con azúcar.

    Segundo plato: la duda estratégica

    “Bueno, eso es lo que te ha contado ella, claro…”

    ¡Boom!

    Dudas del adulto que trabaja con tu hijo a diario, basándote en la versión de un niño que ha olvidado los deberes.

    Ni Netflix tiene guionistas tan creativos.

    Postre: el desprestigio con sonrisa

    “¡Cómo se nota que a esa no le gusta su trabajo!”

    Comentario inofensivo, dicho entre sorbos de café. Pero tu hijo no lo olvida.

    Aprende que respetar al profesor es opcional.Y que los adultos no lo hacen, solo lo exigen.

    Cada vez que ridiculizas al profesor en casa, no estás protegiendo a tu hijo.

    Estás dejándole claro que la autoridad solo se respeta si te cae bien.

    Y así, educas un consumidor de normas, no una persona ética.

  • Temporada 5. Manuales de supervivencia. Episodio 3

    “Cómo NO hablar de los padres en la sala de profesores”

    Porque el respeto también se enseña… o se pierde entre cafés y cuchillos verbales

    La sala de profesores debería ser un espacio para respirar, para descomprimir la jornada, para compartir estrategias educativas… Pero muchas veces, se convierte en un ring de boxeo verbal contra padres ausentes, pesados o simplemente incompetentes.

    Y claro, no faltan las perlas…

    1. El desahogo con efecto rebote

    “La madre de este crío no se entera de nada.”

    Probablemente.

    Pero tú tampoco estás entendiendo que hay una diferencia entre hablar de un caso concreto y despellejar a una familia.

    2. El desprecio gratuito

    “Este padre es un auténtico inútil. Como su hijo.”

    Maravilloso.

    Educando con ejemplo. Y tú, que te quejas de que los alumnos no respetan,
    acabas de darles el modelo perfecto.

    3. El sarcasmo destructor

    “Uy, viene a tutoría… seguro a contarnos que su hijo es un genio incomprendido.”

    Sí, probablemente sí.

    Pero eso no te da permiso para convertir tu juicio en espectáculo.
    Lo que se dice en la sala de profes, a veces debería quedarse en el fondo de la conciencia.

    4. El tono de guerra crónica

    “¡Otra vez este padre! ¿Qué quiere ahora?”

    Quizá algo legítimo.

    Quizá no.

    Pero si partes del desprecio, la tutoría será un desastre anunciado.Y el que pierde siempre es el niño. Sí, el que ninguno de los dos está priorizando.

    Si desde la sala de profesores se desprecia a las familias, no esperes que las familias respeten al profesor.

    La autoridad no se exige.

    Se construye.

    Y se construye con la boca cerrada… cuando toca.

  • Temporada 5. Manuales de supervivencia. Episodio 2

    “Cómo NO hablarle al profesor: guía para padres que confunden colegueo con desprecio”

    Porque llamar “maestrillo” a alguien con dos carreras no te hace gracioso.

    Te hace maleducado.

    Existen muchas formas de hablarle a un docente. Y el arte de hacerlo mal se ha perfeccionado con los años.

    Algunos clásicos modernos:

    1. El tono cuñao

    “A ver, yo no soy profesor, pero sentido común tengo…”

    Perfecto.

    Y yo no soy cirujano, pero tengo pulso firme. ¿Te opero el apéndice?

    2. El comentario pasivo-agresivo

    “Con todo el respeto, eh… pero a mí eso no me parece normal.”

    Claro.

    Lo importante es que tú estés de acuerdo con cómo se gestiona un aula que ni conoces,ni pisas, ni entiendes.

    Gracias por tu aportación, Comité de Sabiduría Paternal.

    3. El colegueo invasivo

    “Venga, mujer, no seas tan estricta con los críos, ¡que son niños!”

    Sí, son niños.

    Y tú deberías ser adulto.

    Y entender que educar no es consentir.

    Ni reír las gracias. Ni normalizar lo que no tiene gracia.

    4. La autoridad invertida

    “Ya le he dicho a mi hijo que, si no se siente cómodo, que no te haga caso.”

    Bravo.

    Y si en casa no le gusta la cena, ¿también puede ignorarte?

    O si no le apetece ducharse, ¿tampoco pasa nada?

    Si le hablas al maestro como si fuera tu subordinado, no estás demostrando implicación.

    Estás dejando claro que no respetas el rol que tú mismo exiges.

    Y eso, querido padre/madre, se llama incoherencia.

  • Temporada 5. Manuales de supervivencia. Episodio 1

    “Cómo NO pedir una tutoría: manual para padres con prisa y poca vergüenza”

    Una tutoría no es un juicio oral.

    Ni un ajuste de cuentas.

    Ni un monólogo con subtítulos pasivo-agresivos.

    Bienvenidos al fascinante arte de pedir una tutoría sin educación.

    Consiste, básicamente, en hacer todo esto:

    1. Mandar un correo con tono de ultimátum.

    “Espero que me reciba esta semana, es urgente”.

    Urgente, claro. Tu hijo ha sacado un 6.75 y esto es un atentado académico.

    2. Aparecer sin cita previa.

    Porque si tú estás libre, el docente también debería estarlo, ¿no?

    Total, solo tiene 24 alumnos, programaciones, evaluaciones, claustros y vida personal… que no es más importante que tu consulta improvisada.

    3. Entrar hablando sin saludar.

    Porque tú no vienes a conversar: vienes a ajustar cuentas con “la señorita”.

    Ese ser malvado que se atrevió a corregir a tu criatura o, peor, a no entender su grandeza.

    4. Hacer acusaciones con base en… lo que dijo tu hijo.

    —“Mi hijo dice que usted le tiene manía.”

    Y tú, claro, lo crees a pies juntillas.Porque si tu hijo dice que llueven unicornios, tú coges el paraguas.

    Ahora, ¿cómo se pide bien una tutoría?

    1. Con humildad.
    2. Con la idea de escuchar, no solo de hablar.
    3. Recordando que una tutoría no es para salvar a tu hijo de la realidad, sino para trabajar con quien lo educa a diario.

    Si pides una tutoría solo para defender a tu hijo, no estás buscando una solución.

    Estás buscando un enemigo.

    Y el profesor no lo es. Aunque a veces tenga que decirte lo que no quieres oír.

  • Temporada 4. El silencio no es una opción. Episodio 5

    «La reeducación empieza en casa, más difícil que castigar, pero más efectiva»

    No basta con sancionar.

    El que acosa necesita un espejo, no solo una sanción.

    Y ese espejo debe estar en su casa. Un adulto que se atreva a decirle:

    —“Esto no está bien.”

    —“Tienes que reparar el daño.”

    —“No todo se justifica porque te duela algo por dentro.”

    Y entonces, tal vez, el agresor deje de ser solo un producto de abandono emocional.

    Es más fácil castigar que reeducar.

    Pero quien no reeduca, solo aplaza la próxima agresión.

    Porque nadie aprende a respetar cuando no ha sido respetado.

    Porque el cambio no empieza en la escuela.

    Empieza donde siempre empezó: en casa.

  • Temporada 4. El silencio no es una opción. Episodio 4

    «El silencio como cómplice»

    Cuando los adultos miran a otro lado

    Docentes que lo ven, pero callan, familias que lo sospechan, pero no quieren líos.

    El agresor crece cómodo, porque nadie se atreve a pararlo de verdad.

    Los testigos adultos saben lo que pasa.

    Lo ven.

    Lo intuyen.

    Pero callan, porque actuar incomoda.

    En el aula, en el patio, en los grupos de padres.

    Todos hablan… pero nadie se mete.

    El niño acosador crece impune, porque los adultos bajan la mirada mientras él la levanta para humillar.

    No es solo lo que el niño hace. Es lo que tú permites cuando no haces nada.

    Y el silencio educa.

    ¿Y si es tu hijo el que lo hace? ¿Tienes el valor de educarlo o solo lo defiendes?

  • Temporada 4. El silencio no es una opción. Episodio 3

    «¿Dónde están los padres del que acosa?»

    Están.

    Para negar, justificar o cargar contra quien denuncia.

    “Mi hijo no haría eso”, “seguro que fue provocación”, “no se puede decir nada ya”.

    Educación a base de excusas y una brújula moral que apunta siempre fuera.

    Están.

    Pero no lo saben. O no quieren saberlo.

    O peor: lo niegan todo.

    —“Mi hijo no haría eso.”

    —“Seguro fue en defensa propia.”

    —“Ya no se puede decir ni pío sin que te llamen acosador.”

    La defensa ciega del hijo se convierte en un blindaje moral. No le enseñan a reparar el daño, sino a justificarlo. Y así, con cada excusa, se educa un acosador en casa.

    Si tu hijo acosa y tú lo excusas, no eres protector.

    Eres cómplice.

    Y así se forja el tirano de patio.

  • Temporada 4. El silencio no es una opción. Episodio 2

    «Autoestima de hojalata: la violencia como refugio»

    No siempre el agresor es fuerte. A veces es solo un niño con el ego astillado, que se impone para no sentirse el último.

    Le enseñaron que valía es competir, ser el mejor, callar emociones y no mostrar debilidad.

    Así que ataca primero.

    No por maldad, sino por miedo a sentirse menos.

    A veces no es cruel.

    Es solo un niño con un escudo oxidado, hecho de gritos, desprecios y la nada absoluta en casa.

    Si no construyes autoestima, la rabia se convierte en armadura. Y el que no se siente querido, a veces busca respeto a golpes.