“Mi hijo no es maleducado: tiene algo…
lo que sea, pero algo tiene”
La patología como coartada. El informe como inmunidad diplomática.
Y la educación… para otro día.
Un niño interrumpe la clase diez veces.
Contesta con chulería.
No entrega deberes.
Insulta al compañero.
Escupe en el pasillo.
Antes:
—“Habrá que hablar con los padres.”
Ahora:
—“Tiene algo. Está en proceso de diagnóstico. Por favor, comprensión.”
Informe en mano, autoridad anulada.
El papel dice “dificultad atencional”, pero se interpreta como “barra libre de comportamiento”.
El informe recomienda adaptaciones, pero se exige impunidad.
Y el maestro que intenta poner un límite, es acusado de “no tener empatía”.
Como si el diagnóstico eximiera de enseñar a convivir.
Como si la etiqueta invalidara el límite.
Como si una dificultad justificara no educar en casa.
Padres clínicamente cómodos.
Hay padres que respiran cuando alguien les pone un acrónimo encima de la mesa.
TDAH
TEL
TEA
TANV
TND
TCP/IP
O cualquier combinación de letras que suene a algo más técnico que «no le estás enseñando modales».
Porque si el problema es médico o neurológico, entonces no es culpa suya.
Y pueden dormir tranquilos.
Aunque el niño grite, pegue o se niegue a respetar normas mínimas de convivencia.
No todo niño maleducado tiene un trastorno.
Pero todo trastorno mal gestionado puede acabar en una educación fallida.
El diagnóstico no exime de educar.
Lo exige.
Con más precisión, más conciencia y más agallas.
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