“Yo ya hago bastante trabajando todo el día”
Trabajas, sí. Estás cansado, lo sé. Pero eso no convierte a tu hijo en una responsabilidad delegable. No lo puedes meter en la mochila con la fiambrera y olvidarte de él hasta las ocho.
El trabajo no te exime de educar.
Te obliga a hacerlo mejor, con el poco tiempo que tienes.
Si tu hijo crece viendo más tu móvil que tus ojos, no le eches la culpa al horario. Échasela al desinterés.
Muchos padres respiran aliviados al dejar al niño en el colegio. “Ya está, ocho horas resuelto.” Luego viene la coreografía de extraescolares: inglés, fútbol, robótica, danza… como si más actividades fueran sinónimo de mejor infancia. El niño va y viene, cumple su agenda, pero ¿alguien le mira a los ojos? ¿Alguien le pregunta en serio cómo está?
No hablamos de maltrato, hablamos de abandono emocional disfrazado de “estoy dándole lo mejor”.
Pero lo mejor no siempre es más.
Lo mejor es presencia.
Escucha.
Límites.
Un adulto que no solo gestiona horarios, sino que educa, sostiene y acompaña.
Llenamos sus días de cosas y vaciamos los momentos de conexión.
¿De verdad creemos que eso no pasa factura?
Sí la pasa, y con intereses.
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