“Educar no es agradar: tus hijos no tienen
que estar contentos contigo todo el tiempo”
Ser padre no es un concurso de popularidad.
Y si lo es… vas perdiendo.
Los nuevos padres tienen miedo.
Pero no al fracaso, al error o al juicio.
Tienen miedo de que su hijo les diga: “ya no te quiero” o que les retire su cariño 5 minutos por haber dicho “no hay tablet”.
Y entonces nace la tragedia:
educar para agradar.
Tomar decisiones según la sonrisa del niño, no según su bien.
¿Castigarlo? ¡No!, se enfada.
¿Quitarle la pantalla? Llora.
¿No darle lo que pide? Dice que “eres el peor padre del mundo”.
Y entonces, se cede.
No por empatía, sino por terror emocional.
El niño aprende que si llora fuerte, se sale con la suya.
Que si dice “me haces daño”, el adulto recula.
Que si amenaza con retirarte el cariño, tú entregas lo que sea.
Y ese niño se convierte en un adolescente que no respeta a nadie que no le complazca.
Y en un adulto que exige, no agradece.
Porque nunca aprendió a ser educado, solo a ser complacido.
Educar es decepcionarlo a veces
Porque no siempre va a poder.
Porque no siempre va a querer.
Y sobre todo:
porque no siempre vas a estar ahí para salvarle el día.
Si no lo frustras tú a tiempo,
lo hará el jefe que no le renueva.
O la pareja que le dice adiós.
O la vida, que no tiene botón de “Me gusta”.
Educar no es gustar.
Es formar.
Si siempre está contento contigo, algo estás haciendo mal.
Porque educar no es que te quiera hoy.
Es que te respete mañana.
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