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Neuropsicología Educativa

  • Temporada 7. ¡No lo traumatices!. Episodio 6

    “Y si no lo estás traumatizando…

    ¿y si solo lo estás educando?”

    El trauma no está en poner límites, sino en crecer sin ellos.

    Tanto miedo a traumatizarlo…

    Tanto cuidado con herir su autoestima…

    Tanto reparo al decirle que no…

    Que se te ha olvidado que educar no es anestesiar.

    ¿Y si no le estás haciendo daño?

    ¿Y si simplemente estás haciéndolo bien y no estás acostumbrado a verlo?

    ¿Y si…?

    • Llorar porque no le compras algo no es trauma, es frustración.
    • Decirte “ya no te quiero” no es un síntoma, es chantaje emocional.
    • Enfadarse cuando pones normas no es represión, es crecimiento.
    • Decirle “te entiendo, pero no cedo” no es violencia, es firmeza con cariño.
    • Quitarle pantallas por conducta inadecuada no es humillación, es pedagogía.

    El trauma real no es ese.

    El trauma real llega cuando:

    • Nadie te dijo que no.
    • Nadie te sostuvo en la rabia.
    • Nadie te enseñó que no eras el centro del universo.
    • Nadie te ayudó a perder con dignidad.
    • Nadie te mostró que tu malestar no es culpa del mundo.

    ¿Y si no es trauma… sino memoria educativa?

    Y si lo que recordará de ti no es ese día que le dijiste “no puedes ir”,
    sino que estuviste firme, justo, y no cediste, aunque llorara.

    Y si en vez de cargarle con traumas, ¿le estás dando estructura, fuerza y criterio?

    Eso que otros no tuvieron y hoy andan por la vida con agujeros emocionales donde debieron ir los límites.

    No, no lo estás traumatizando.

    Solo estás haciendo lo que toca: educar.

    Lo que pasa es que llevamos años confundiendo la firmeza con el daño, y el amor con la complacencia.

    Educar no es evitar heridas.

    Es evitar que viva sin piel.

  • Temporada 7. ¡No lo traumatices!. Episodio 5

    “Educar no es agradar: tus hijos no tienen

    que estar contentos contigo todo el tiempo”

    Ser padre no es un concurso de popularidad.

    Y si lo es… vas perdiendo.

    Los nuevos padres tienen miedo.

    Pero no al fracaso, al error o al juicio.

    Tienen miedo de que su hijo les diga: “ya no te quiero” o que les retire su cariño 5 minutos por haber dicho “no hay tablet”.

    Y entonces nace la tragedia:

    educar para agradar.

    Tomar decisiones según la sonrisa del niño, no según su bien.

    ¿Castigarlo? ¡No!, se enfada.

    ¿Quitarle la pantalla? Llora.

    ¿No darle lo que pide? Dice que “eres el peor padre del mundo”.

    Y entonces, se cede.

    No por empatía, sino por terror emocional.

    El niño aprende que si llora fuerte, se sale con la suya.

    Que si dice “me haces daño”, el adulto recula.

    Que si amenaza con retirarte el cariño, tú entregas lo que sea.

    Y ese niño se convierte en un adolescente que no respeta a nadie que no le complazca.

    Y en un adulto que exige, no agradece.

    Porque nunca aprendió a ser educado, solo a ser complacido.

    Educar es decepcionarlo a veces

    Porque no siempre va a poder.

    Porque no siempre va a querer.

    Y sobre todo:

    porque no siempre vas a estar ahí para salvarle el día.

    Si no lo frustras tú a tiempo,

    lo hará el jefe que no le renueva.

    O la pareja que le dice adiós.

    O la vida, que no tiene botón de “Me gusta”.

    Educar no es gustar.

    Es formar.

    Si siempre está contento contigo, algo estás haciendo mal.

    Porque educar no es que te quiera hoy.

    Es que te respete mañana.

  • Temporada 7. ¡No lo traumatices!. Episodio 4

    “Decirle que no, es dañino: puede sentirse rechazado”

    Porque claro, en la vida todo es sí.

    O validación o refuerzo positivo con purpurina.

    Bienvenidos al universo emocional donde el “no” es una forma de agresión verbal.

    Donde los límites frustran.

    Y donde un simple “no puedes” se transforma en una alerta roja de “posible trauma por rechazo”.

    Ahora, para no “traumatarlo”: (soy consciente de que la palabra no existe)

    • No se le niega nada.
    • Se le “redirige”.
    • Se le “ofrece otra opción”.
    • Se le “permite explorar alternativas”.
    • Y si nada funciona, se le distrae con algo brillante.

    Resultado: el niño no acepta un “no”… ni aunque venga del mundo real

    Porque si en casa nunca ha escuchado un límite claro, cuando el profe dice “no se puede”, lo toma como una ofensa.

    Cuando la vida dice “esto no te toca”, entra en crisis.

    Y cuando alguien no lo aplaude, siente que lo han despreciado.

    No es autoestima.

    Es fragilidad aprendida.

    Y lo que parecía sensibilidad… es intolerancia al límite.

    Si un “no” lo rompe… es porque nunca lo escuchó a tiempo.

    El “no” no es rechazo.

    Es protección, estructura, identidad.

    Y es urgente recuperarlo.

  • Temporada 7. ¡No lo traumatices!. Episodio 3

    “Castigar está mal: ahora lo que se lleva es

    explicarlo 48 veces”

    Repetir no educa. Justificarlo todo, menos.

    En el nuevo manual de crianza edulcorada, castigar es visto como:

    • Retrógrado
    • Autoritario
    • Tóxico
    • Casi criminal

    Ahora lo moderno es dialogar.

    Pero no una vez. Ni dos.

    Cuarenta y ocho. Con dibujitos. Y validando emociones a cada frase.

    El niño rompe, insulta, desafía…

    Y se responde con un PowerPoint emocional de 15 minutos:

    “Entiendo cómo te sientes, pero hay otras formas de expresarlo.”

    Muy bien.

    Pero luego lo repite.

    Y se vuelve a explicar.

    Y lo repite otra vez.

    Y seguimos “acompañando”.

    Porque ahora castigar “no sirve de nada”.

    Dicen que castigar no educa.

    Pero en realidad lo que no educa es permitir sin límite, hablar sin actuar, y pedir por favor que respeten las normas… como si fueran sugerencias.

    Y lo que menos educa de todo:

    justificar al niño, pase lo que pase, delante de él.

    Porque no se está reforzando la autoestima:

    se está entrenando la impunidad.

    Educar no es explicar infinitamente.

    Es hablar claro, actuar en consecuencia, y sostener el límite sin pedir disculpas por ponerlo.

  • Temporada 7. ¡No lo traumatices!. Episodio 2

    “Frustrarlo es violencia:

    todo debe ser divertido, estimulante y a su ritmo”

    La pedagogía happy flower: mucho arcoíris y cero tolerancias a la vida real

    No quiere hacer deberes: no pasa nada.

    No le gusta perder: se le deja ganar.

    Se aburre: se cambia de actividad.

    Se enfada: se le da el móvil.

    Llora: se le promete algo.

    Así crece un niño que no ha tocado la frustración ni con guantes de látex.

    Porque frustrarlo sería “violento”.

    Y ya sabemos que la nueva pedagogía emocional exige que todo sea lúdico, voluntario y validado.

    ¿El resultado?

    • Incapacidad para tolerar la demora.
    • Pánico al error.
    • Desconexión de la realidad.
    • Y lo mejor: culpa eterna en los padres porque “algo habrán hecho mal”.

    Frustrar no es dañar.

    Es entrenar para el mundo real.

    Si un niño no aprende a gestionar frustración, acabará frustrado por todo.

    Y traumatizado… pero por la vida, no por ti.

  • Temporada 7. ¡No lo traumatices!. Episodio 1

    “Corregirlo me da miedo: no quiero que arrastre traumas”

    No va a arrastrar traumas… va a arrastrar carencias.

    Los padres de hoy no pegan, no gritan, no castigan…

    Y tampoco corrigen, ponen límites, ni dicen “basta”.

    Todo por miedo.

    Miedo a hacerle daño emocional.

    Miedo a repetir errores del pasado.

    Miedo a que luego diga “mi infancia fue una tortura”.

    Y mientras tanto, el niño:

    • interrumpe constantemente,
    • exige como un director general sin filtro,
    • responde con sarcasmo,
    • y no tolera que alguien le diga qué hacer.

    Pero claro, corregirlo sería traumatizante.

    Así que se le deja crecer libremente… como la hiedra: enredado, sin rumbo y asfixiando todo a su paso.

    Corregir con respeto no traumatiza.

    No corregir por miedo, sí.

    Porque convierte a un niño inmaduro en un adulto inviable.

    Y entonces sí, hablamos de trauma.

  • Temporada 6. Diagnósticos de pasillo. Episodio 5

    “No le pasa nada… pero se hace daño.

    Porque así, por fin, alguien le mira.”

    Cuando la necesidad de atención es tan brutal, que el cuerpo grita lo que el entorno ignora.

    Es un niño sin diagnóstico.

    No hay etiquetas. No hay informes.

    Solo hay una conducta que pone los pelos de punta:

    • Se rasca hasta hacerse sangre.
    • Se golpea.
    • Se aprieta con gomas.
    • Se realiza cortes.
    • Se hace daño, sin llorar.

    Y cuando alguien le pregunta por qué, responde con un encogimiento de hombros… o una sonrisa incómoda.

    Y entonces empiezan los malabares.

    Los adultos hacen lo que saben:

    • “No lo hace por nada grave, es para llamar la atención.”
    • “Lo hace para manipularnos.”
    • “Quiere que estemos pendientes de él.”
    • “Está buscando límites.”

    Y sí, probablemente es todo eso.

    Porque no ha encontrado otra vía para decir:

    “Estoy aquí. Cuidadme. Miradme”.

    Pero ¿de quién es la vergüenza?

    La conducta del niño nos parece excesiva, preocupante, inadecuada.

    Y lo es.

    Pero es una solución desesperada a un vacío anterior.

    Porque si para que mamá o papá escuchen hace falta herirse, entonces el cuerpo se convierte en altavoz.

    Y el niño aprende que el dolor propio es la forma más eficaz de provocar reacción externa.

    ¿Y si el problema no está en él?

    Porque no tiene diagnóstico.

    Y lo mismo da.

    No hace falta tener un trastorno para estar roto.

    A veces, basta con:

    • Un entorno que sólo presta atención cuando hay crisis.
    • Padres que solo se activan si hay sangre, gritos o partes médicos.
    • Adultos que están físicamente presentes, pero emocionalmente exiliados.
    • O lo peor: adultos que lo ven… y dicen “eso es puro teatro”.

    No todo niño que se autolesiona tiene un trastorno.

    Pero casi todos los que lo hacen han aprendido:

    El dolor propio genera movimiento ajeno.

    Y eso, no se diagnostica. Se asume.

    Y se repara, si hay agallas.

    Pero para eso hay que mirar de frente, no al niño… sino al espejo.

  • Temporada 6. Diagnósticos de pasillo. Episodio 4

    “Mi hijo tiene altas capacidades…

    pero se aburre porque no lo entienden”

    La superdotación como diagnóstico.

    Y como excusa.

    Y como religión familiar.

    Antes, si un niño se aburría en clase, se le decía:

    “Aguanta, aprende a esperar, organiza tu mente.”

    Ahora, si se aburre:

    “Es que es tan listo… que necesita estímulos especiales.”

    “No se adapta a la mediocridad del sistema.”

    “Se frustra porque piensa más rápido que los demás.”

    Traducción libre:

    “No me pidas que le corrija el comportamiento. Mi hijo no es desobediente, es brillante.”

    “No es indisciplinado… es divergente”

    1. Interrumpe.
    2. Se niega a hacer tareas.
    3. Le cuesta aceptar normas.
    4. Se siente superior al resto.
    5. No tolera el error.
    6. No acepta la crítica.

    Todo eso no es mal comportamiento.

    Es “pensamiento no lineal”, “hipersensibilidad cognitiva” o “búsqueda de estímulos de mayor nivel”.

    Altas Capacidades: versión teatral.

    El diagnóstico se convierte en:

    1. Escudo: para no exigirle nada en casa (“¡ya tiene suficiente en el colegio!”).
    2. Identidad familiar: porque “lo ha sacado de mí”.
    3. Excusa para la dejadez:

    “¿Que no hace los deberes? Es que no le motivan.”

    “¿Que suspende? Es que está por encima del temario.”

    “¿Que no escucha? Es que ya sabe lo que le dicen.”

    Lo que se olvida

    Altas capacidades no significan alta madurez.

    No significa autodisciplina.

    No significa ser autosuficiente.

    Significa que requiere acompañamiento inteligente, firme y constante.

    Y, a veces, también significa:

    “Mi hijo tiene mucho potencial…

    pero en casa no hacemos nada para desarrollarlo.”

    Un niño con altas capacidades no se “entrena solo”.

    Y si usas su inteligencia como coartada para evitar educarlo, lo estás empujando al fracaso con una medalla al cuello.

  • Temporada 6. Diagnósticos de pasillo. Episodio 3

    “Mi hijo tiene TDAH… y tú, ¿qué adaptaciones vas a hacer?”

    Porque la educación inclusiva empieza en el aula… y termina en el sofá de casa viendo TikTok

    La familia llega con el informe en la mano y la frase tatuada en la lengua:

    “Tiene TDAH. Necesitamos adaptaciones. Muchas.”

    Perfecto.

    Eso es lo que toca: comprensión, atención individualizada, recursos específicos.

    Pero luego llega la pregunta inevitable:

    “¿Y en casa qué hacéis?”

    “Bueno… él necesita su espacio, ya sabes. Nosotros no le agobiamos.”

    Traducción: NADA

    En casa no se hace nada.

    Solo se exige al cole.

    Porque la intervención educativa… es para los demás.

    Adaptaciones, sí. Pero unilaterales.

    El docente adapta exámenes.

    El docente ajusta tiempos.

    El docente modula consignas.

    El docente flexibiliza la evaluación.

    Y en casa:

    1. Horarios desestructurados.
    2. Rutinas inexistentes.
    3. Sueño desregulado.
    4. Pantallas como terapia ocupacional.
    5. Padres que ceden para evitar conflictos.

    ¿Y si el problema no es el diagnóstico?

    Porque TDAH no significa que tu hijo no pueda tener rutinas.

    Ni que no pueda aprender a organizarse.

    Ni que no necesite límites.

    Significa que habrá que currárselo más.

    En el cole… y en casa.

    Pero a veces, los padres no buscan adaptaciones.

    Buscan excepciones.

    Y de paso, impunidad.

    Pedir adaptaciones sin educar en casa es como ponerle ruedas a la silla… y dejarla sin frenos.

    No es inclusión.

    Es abandono envuelto en tecnicismos.

  • Temporada 6. Diagnósticos de pasillo. Episodio 2

    “TDAH, altas capacidades o el horóscopo.

    Lo importante es que suene científico”

    Diagnosticar es el nuevo ‘mi hijo es especial’.

    Aunque no lo sea.

    Aunque no sepas qué significa.

    Antes, tener un hijo inquieto era parte del juego.

    Ahora, si no se está quieto en clase, es TDAH.

    Si se aburre con las sumas, es Altas Capacidades.

    Si no quiere leer, quizás tenga Dislexia, Disgrafía, o DiloTú.

    Pero algo tiene.

    Diagnóstico exprés sin salir del coche.

    Ya no hace falta informe.

    Ni neuropsicólogo.

    Ni especialista.

    Solo hace falta una frase clave:

    “Es que yo creo que tiene algo.”

    “Lo hemos leído en Internet.”

    “Lo dijo la logopeda de mi prima.”

    “Ya me lo dijeron en la guardería.”

    “Tiene síntomas, seguro.”

    ¡Clínicamente impecable!

    Porque un diagnóstico vale más que un espejo.

    No quieren saber qué tiene el niño.

    Quieren una explicación que no los señale a ellos.

    — No es que no le pongamos límites…

    — No es que le dejemos con la tablet 7 horas…

    — No es que nunca haya escuchado un “no”…

    ¡Es que tiene algo!

    Y por eso no obedece, no lee, no acepta frustración, no tolera el aburrimiento, no quiere estudiar.

    La culpa es del cerebro.

    No de la crianza.

    Lo mejor de todo: el estatus.

    Porque un diagnóstico otorga identidad y blindaje social.

    Pasa de “el que molesta” a “el que tiene algo”.

    Y cuidado con tocarlo.

    Porque tiene informe.

    Y su madre, abogado.

    El diagnóstico no es un diploma de excepcionalidad.

    Es una herramienta para intervenir, no una medalla para exhibir.

    Si usas etiquetas para evitar educar, el único que queda sin tratamiento… es tu hijo.