«Aquí el que manda soy yo»
Y mi criatura también.
Los profesores han pasado de ser autoridad a ser sospechosos habituales.
Hubo un tiempo en que, si el profesor levantaba la voz, uno se enderezaba en la silla, corregía el rumbo y, con suerte, no se enteraban en casa.
Ahora levanta la voz… y te graban, te critican, te amenazan con denunciarte…
Y encima el niño se ríe, porque sabe que papá y mamá le van a dar la razón.
Porque claro, “con mi hijo no se habla así”.
Antes: la autoridad era del profe.
Ahora: la autoridad es una ruina sobre la que se escupe.
El aula ya no es un lugar donde se enseña.
Es un campo minado donde el docente mide cada palabra no por su valor educativo, sino por su potencial viral.
Y todo eso ¿por qué?
Porque en algún punto dejamos de educar a nuestros hijos para respetar a sus referentes, y empezamos a defenderlos como si fueran santos inocentes… aunque estén insultando, pegando o desmontando el aula.
Hoy el maestro no tiene autoridad. Tiene que pedirla prestada, firmada y con copia.
Y aún así, será cuestionado.
Porque ahora, al colegio no se va a aprender: se va a juzgar al que enseña.
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