“A mí me dieron alguna bofetada… y aquí estoy”
Sí. Aquí estás. Con ansiedad sin nombre. Con dificultad para pedir perdón. Saltando al cuello cuando alguien te critica. Sin saber poner límites sanos. Con miedo al conflicto o con agresividad pasiva como escudo.
Pero claro, “no saliste tan mal”. Solo aprendiste a callar, aguantar y endurecerte.
No, el trauma no siempre grita.
A veces se disfraza de carácter fuerte, de “yo aguanto todo”, de “a mí nadie me pisotea”. Otras veces se convierte en la incapacidad de mirar a tu hijo con ternura cuando te desobedece.
Porque lo que tú recibiste no fue corrección… fue miedo.
El castigo no es educación.
El miedo no enseña. Solo paraliza o domestica. La disciplina que se basa en golpes genera obediencia… sí. Pero no respeto, ni comprensión, ni responsabilidad. Y mucho menos amor.
El verdadero daño no fue el golpe.
Fue:
- Que nadie te pidió perdón.
- Que pensaste que te lo merecías.
- Que aprendiste que el poder va por encima del diálogo.
- Que confundiste respeto con sumisión.
- Que hoy repites el ciclo, o lo justificas, porque no te atreves a aceptar que dolió más de lo que recuerdas.
“A mí me pegaron y no salí tan mal”
¿Seguro?
¿Has aprendido a regular tu ira? ¿A discutir sin humillar? ¿A poner límites sin miedo al conflicto? ¿A no educar desde la culpa o la revancha emocional?
Si no… tal vez saliste adelante, sí… pero con cicatrices que aún estás normalizando.
La violencia no educa.
El límite firme sí. La palabra clara sí. El ejemplo coherente sí. El golpe, no. Nunca.
Sobrevivir no es lo mismo que estar bien. Si hoy justificas lo que te dolió ayer, estás criando desde la herida, no desde la conciencia.
Deja una respuesta