“Quiero que confíe en mí. Que me lo cuente todo. Que me vea como su amigo…”
Sí, claro.
Tú le das permiso para todo, evitas los castigos, relativizas las normas… y esperas que además te respete como figura de autoridad.
No se puede ser juez y cómplice al mismo tiempo.
No, no eres su amigo.
Eres su madre. Su padre. Y ese rol no es negociable. Ni intercambiable. Ni reemplazable por likes, abrazos vacíos o frases adulantes.
Un amigo no le va a:
- Exigir.
- Corregir.
- Marcar límites.
- Enseñar consecuencias.
- Aguantar el temporal.
Eso es tarea tuya.
Y si no la haces tú, no la va a hacer nadie.
¿Sabes qué pasa cuando eres solo “su colega”?
- El niño hace lo que quiere.
- Te pierde el respeto.
- Te miente porque sabe que no hay castigo real.
- Te exige cariño, aunque se haya portado como un tirano.
- Se convierte en pequeño dictador emocional… y tú en su rehén afectivo.
¿Quieres que confíe en ti?
Entonces:
- Sé firme.
- Sé coherente.
- Sé previsible emocionalmente.
- Sé adulto. No el colega que se ríe con él de los profesores, sino el referente que le enseña a respetarlos.
Ser padre es incómodo, agotador… y no se vota.
Tu función no es caerle bien. Es formarle, corregirle, sostenerle, mostrarle el borde del abismo y enseñarle a no caer. Y cuando caiga, levantarle con verdad. No con excusas.
Amistades tiene muchas.
Padres y madres, solo uno. Y te toca a ti. Y si renuncias a ese rol por miedo a que se enfade contigo… prepárate para perder su respeto. Y con él, el vínculo.
Si tú no le pones límites, la vida se los pondrá.
Pero no será tan amable como tú.
Deja una respuesta