El reino de los emoticonos
En el Reino de las Caritas Felices, los padres y los maestros decidieron que la educación tradicional estaba obsoleta.
¿Matemáticas? Demasiado frías.
¿Historia? Muy densa.
¿Normas? Represivas.
Lo que hacía falta era algo “moderno”.
Y surgió la Educación Emocional.
Así que todos los niños recibieron una cajita con pegatinas de caritas:
- la roja para el enfado,
- la azul para la tristeza,
- la verde para la calma y,
- la amarilla para la alegría.
No hacía falta estudiar ni portarse bien: bastaba con señalar una pegatina y “expresarse”.
- “Profe, no hago el examen porque estoy triste, azul”, decía uno.
- “No pasa nada, campeón, tu emoción es válida”, respondía la maestra con voz de mindfulness.
Los padres estaban encantados. Ahora podían justificarlo todo:
– Es que el niño no recoge porque está gestionando su frustración.
– Es que pega a su hermana porque no sabe regular la ira.
– Es que suspende porque aún no ha conectado con su motivación intrínseca.
Mientras tanto, los niños aprendieron una lección muy clara:
Las emociones mandan y las normas sobran.
Hasta que un día, el Reino de los emoticonos fue atacado por el enorme y terrible Monstruo de la Realidad.
Llegó con facturas, entrevistas de trabajo, horarios y jefes que no entendían de pegatinas ni de respiraciones profundas.
Los jóvenes del Reino, armados con sus caritas de colores, intentaron defenderse:
- Señor Monstruo, me siento incomprendido, necesito validar mi tristeza.
El Monstruo bostezó, los barrió de un manotazo y siguió su camino.
Solo un anciano, que aún creía en la vieja educación, les gritó desde una esquina:
- ¡No basta con saber lo que sientes! También hay que aguantar, esforzarse y cumplir. ¡La educación emocional sin educación es humo con brillantina!
Pero claro, el pobre viejo fue tachado de “tóxico” y “represor de emociones”.
Y el Reino de las Caritas Felices siguió su curso…
Hasta que descubrieron que los emoticonos no pagaban las facturas.
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